lunes, 30 de enero de 2012

Nuevas confesiones

Dejar la amargura en cualquier parte. Sólo en ocasiones, por momentos, y buscando la tolerancia que nos alimente tras incurrir en cualquier depravación, permitir cualquier influencia. Vivir atravesados, pero sinceramente, no con las mamadas de los cómodos muñecos de sí mismos que retocan su retrato con esmero sublime cada día. Significa que nos vamos a pasear con ánimo de ver. Usar la bicicleta como medio creativo hacia un periodismo de tobillos torcidos, y aquí soy idílico hasta que el semáforo me demuestre lo contrario. Barrios verdaderos en su estúpida fealdad. Mañana mismo, mañana sí, a partir de mañana comienzo a vivir verdaderamente. Mañana me conozco a mí mismo. Pero sin horadar, sin vaho, sin moho, sin muslos constelados, sin páramos almibarados, sin ingrávidas materias celestes, sin cáñamos arcaizantes. La puta mierda todas esas pendejadas. Dejé de creer en el poema con sus satisfacciones ancladas en cada rima inmediata: Soy-sensacional-Cuestión de verme, quererme y besarme. Cosa de listos y listillos y listones. Mejor la prosa emputada que emputece y libera. Todos los rebuznos del momento caben bien en las cartas hirientes, en la virulencia, en el hartazgo, en el cansancio, en la sagrada confusión que sin embargo se entreteje con la costumbre y el horror, con la enfermedad de ser en un siglo espantoso que no espera ya diversiones sin pila recargable de localización indescifrable. Y esto es la cereza del pastel. El pastel es un hondo repetir el horror inútil y fortalecer las relaciones comerciales. Los verdaderos ascetas se pudren donde sueñan las hormigas verdes. No creo en esto y lo acometo, porque sí. Creo en la caries de la crítica, en las circunvoluciones del ánimo incómodo, en las exageraciones conveniente a un ánimo que se sabe confundir y no desea destilarse al interior de ninguna mente, sin dolor, extravío o traducción incompetente pero creativa, pero necesaria. Decirlo todo sin decir nada: somos las tijereteadas de una época vil. Aunque la gozamos cabrona, no hay que mentir. Va a doler. ¿Te cae, querido amor educado en los castigos del lomo ahumado y los champiñones rellenos? No mientas tu puta condición de sibarita del odio. Los asnos cambian de mandato con caimanes disecados en el frontispicio y a nosotros, digamos la verdad, no nos importa. Elegimos nuestras tonterías interiores, nuestros alcances minúsculos, nuestras organizaciones mentales que permiten la fascinación, la embriaguez y el placer, la modificación de nuestros estados celulares más cercanos, la acción influyente de la tranquilidad, la risa, la liberación, la consecución de fines invisibles. Se apaga muy rápido esta cosita. No rinde como antes. Las verdaderas festividades permitivas son las de la música. Cencerros, pianitos salseros, bajitos con los pies en la gelatina. Las imaginaciones aceleradas del escucha. Aquí no hay propósitos ni los habrá jamás. Admiro de los escritores la constancia, la unidad en la diversidad, la consecución, la puntería para destruir monumentos y recomendar infecciones trascendentes, la organización de escenas e intervalos con actores semidesnudos bordeando la belleza, la sensualidad y el estrés. ¡Bárbaro! Mienten, ocultan crónicas de explotación los retratos felices de la colaboración norteamericano.mexicana. Sin embargo la muchachada no dudo que se excite con sus pasiones de carretera, sus Low Ride Combis, sus despropósitos, su evasión visionaria, su futurismo con hule todavía en el paraíso. La estética de Dios en el Antiguo Testamento es Monárquica. Qué puto asco. Qué extraña coincidencia. Imaginemos, mejor, una Tierra Prometida en los tiraderos posmodernos, en las manchas de mierda que contaminan el océano, en nuestro verdadero retrato contemporáneo. Me voy.

Confesiones

Les juro que soy fan de mí mismo, goey... Ahora sí me enamoré.