viernes, 9 de marzo de 2012

Go > Go > Gómez

Sestes el jazz y quedé grande por acá Las glorias del pato sultán Chilliditos Berrinches Nuñez Sánchez Siempre Y ahí te quiero ver. Me quedé

miércoles, 7 de marzo de 2012

Bellísima bahía

Terminé recién Bellísima bahía, de Ricardo Garibay, novela de 126 páginas en la edición de Joaquín Mortiz, 1968 (la bellísima "Serie del volador" que desapareció para nutrición de nuestra robustecida fealdad —la vida está en sus detallitos). No pensaba encontrarme con lo que encontré. Montones de veces me asomé a su arranque, sin terminar de sentirme seducido. El ¿pitimí? tragó micrófono: qué flojera otro retrato de costumbres puñeteras y su ruido de bares, clubes nocturnos, prostitutas, cigarrillos a puñetazos, luz negra y bikinis estrafalarios, carros de lujo y vulgares mamertos de la autoexhibición. Pero era apenas la trampa: la novela es más bien el monólogo perpetuo de un solitario pensador con ganas de vida y poco valor para representarse en los torrentes de la vida. El apetitoso al margen del entusiasmo, haciendo entusiasmo en la enunciación exquisita, aunque medite amarga, en la transformación de lo mirado en texto poderoso, de salida inusitada, buscada, precisa en su rareza musical, en su imagen injustamente deslumbrante para lo que enuncia; el confesional de infinita apertura, que dice lo que no debería y lo lamentable, lo pobre que piensa, lo estúpido y cruel que concibe, lo simple que se le aparece en frente, lo lerdo, lo cansado, lo ridículo, lo patético: voz de a de veras en su aparecer ante Acapulco. ¿Acapulco? No faltan los retratos del universo popular, las voces de los mulatos peleando un negocio, la rápida estampa sobre el clavadista de La Quebrada, el diálogo de la chaviza turística universitaria de poca expresión verbal, que se abisma, se enamora, se interrumpe, se viola, se sorprende ante la demostración frontal de fuerza, se chivea ante los avances más sutiles que aspiran a una falsa sublimidad fomentada por la publicidad y los cuentitos tiernos de la televisión, las broncas del burdel y sus actores hostilizados, donde las diversiones sólo se fingen para vender pantallitas de emoción a los abrumados con billete en el pescuezo. No faltan porque no pueden faltar, pero actúan como estampas divergentes de un mosaico individual y social: Crónica del que mira mientras busca comprenderse al interior, en su quiebre, su disolución de esperanzas, su búsqueda de un lenguaje espiritual creativo, rozado con la hermosura y la fascinación auténtica, sin babosadas, en su mero temor inculcado frente a la nueva posibilidad de ser, que es el cansancio ya definitivo. Crónica, básicamente: recorrido de intimidad, que vuelve espectador a quien se atreva: vertedero: exceso de confianza: vuelo de entrañas y figuraciones deshonestas: aperturas totales que se buscan en una redacción exquisita, mental, figurativa, que crea y se rechaza en su complacencia, que se critica mientras se hace. Bellísma bahía es, pues, una lección de estilo, un ensayo de voz personal, una mirada localista por sus integraciones del espacio exterior, e intimista por su puro recrearse en la más transparente honestidad, que nunca es pura belleza prístina, sino envilecimiento, confusión, torcedura y retroceso incesantes. Movimiento bello y espantoso. ¿Extremar a la novela en sus horizontes formales, a lo Beckett, a lo Joyce, a lo Julieta Campos, Georges Pérec? No tanto. Pero sí búsqueda de las variedades estructurales que ha de permitir el libro. Digresión sin otro propósito que el de anotar lo que se ve y se piensa mientras se ve. Libro como instante de vida, como periodo de experiencia que fluye e importa porque es, tal y como es, en su accidente, su parcialidad. Diario de anotaciones heterodoxas, de cuadros divergentes: la masa heterogénea, resuelta en la delicia de la expresión verbal, aunque lo recreado sea vil. Pájaros de nítida resolución literaria. La literatura es lo que puede ser, lo que puede hacerse con los mismos popotes de siempre. Selección, bruma, escape, atribución inesperada. La literatura es lo que se hace en el tobogán.