miércoles, 21 de septiembre de 2011

Plegarias atendidas

Acusaron mucho a Capote en aquella ocasión. Eres un traidor, un sucio difamador que abusó de nuestra confianza y nuestras puertas abiertas. Sin duda, jugó taimadamente y con voracidad. Pero valió la pena. Lo hizo por la literatura, esa pequeña diosa que es sorda pero pervive. Monstruos perfectos, una verdadera joya del atrevimiento. Así tenía que ser: todos esos seres hermosos, esos cristales geométricos y automóviles con aliento a durazno, esos paraguas míticos con voz de soprano y esos tacones de gamusa que nos hacen espléndidos, toda esa crema rebosante donde nadan tiburones de fresa y labios de albaricoque verdaderamente cautivantes, eléctricos, perturbadores, esas fuentes a los cinco chocolates, esas fiestas de corte cristalino, esas bocas donde habita el universo, no son más que un espantapájaros de mocos tiesos con el corazón quebradizo. P.B. Jones es un pobre diablo cuya hermosura lo hace soñar con el poder de la seducción, un descosido más de los Estados Unidos que sueña con conquistar a Los Ángeles y Nueva York con el poderío de su encanto tremulante. El sueño norteamericano desde las primeras páginas. Un joven de manos frescas que quiere ser escritor, dueño de un talento apabullante que deslumbre. Pero la vida es mucho más sutil. La hermosura del horror. P.B. Jones terminará el periodo cronológico de la novela trabajando como prostituta para una agencia oculta de la Calle Cuarenta y dos. El resumen de todas sus aspiraciones, de sus viajes a París, de sus paseos en barco y sus entradas triunfales a toda clase de ceremonias seculares y fiestas ostentosas, será ese: la resignación de una vida prosaica que se sostiene a sí misma sencillamente. Los monstruos perfectos, esos diamantes apretados en el fondo de la tierra, todas esas garzas de la frivolidad que no alcanzan a comprenderse, pese a tener los cuerpos llenos de círculos de terciopelo y plumas sobreafinadas. Tenemos y no sabríamos respirar, todavía. Truman Capote aniquiló sus confianzas en razón de la verdad: la construcción de un testimonio acerca de las entrañas del planeta del prestigio norteamericano. ¿Qué hay detrás de las máscaras del placer de MTV y Oscar? Esa historia ya nos la han contado, es increíble. Sin embargo, el demonio anda suelto y flota, el negocio permanece, nacen nuevos huevecillos brillantes de los cuales bebemos un simulacro de fascinación y quisiéramos todavía colgar en el alambre. Es incomprensible, es estúpidamente constante y cierto: somos toda esta vulgaridad fingida y nos encanta. La vulgaridad auténtica es otra cosa. Todavía planeo aplaudirla largamente. La vulgaridad artística es mucho mejor: el pollo lleno de grasa vuelto bomba por el artificio. Truman Capote aniquiló sus confianzas en razón de la verdad. Queda un texto sensible, profundo y dinámico, que se basa en la anécdota para componer su ensayo sobre el alma. Ningún reloj de trasfondos en oro mitiga el extravío. De nueva cuenta, la vida está en otra parte. Nunca jamás en la celebridad. Pero es un pavorreal encantador, te lo juro, encantador. ¿Es la mejor novela de su autor? No lo sé, se lamenta mucho que el texto haya quedado inconcluso, algo que se percibe en la primera lectura. Los capítulos se entregan enteros y contundentes; es obvio, sin embargo, que pertenecen a un andamiaje mucho mayor con aceros quemantes y observatorios elásticos. Es una lástima cuánta angustia absorbió al muchacho de Nueva Orleans en los últimos días de su vida; una ansiedad desastroza que le impidió desenvolver su trabajo con la precisión que era necesaria. De todas formas, insisto, queda un documento increíble y delicioso por toda su rapacidad, su asco y su virulencia, casi invisibles. No sé si se trata de la mejor novela de su autor, es sin duda un excelente trabajo. Un saludo a las crónicas de la anemia y la dislocación social. Vuelve a cobrar trascendencia, en el ruido de los ejemplos, la música del equilibrio, la pasión y la inocencia.

jueves, 5 de mayo de 2011

Historia universal de la infamia

Ese Borges con la maestría del talento. El atributo principal de su escritura: la singularidad. ¿Seguro?
Borges se concibe como el ciudadano del mundo, capaz de las traslaciones más ambiciosas, hacia los Estados Unidos del siglo XIX, hacia el desierto musulmán, hacia el pasmo exacerbado de la China imperial, hacia el mito de las teologías, que promueven imágenes del cosmos, y que seducen al ciego pensante por el atrevimiento de sus ejecuciones.

¿Qué animal es capaz de figurar la silueta de lo que llama un Dios, que lo expresa y lo contiene?
La imaginación, el atributo principal de la razón.

Historia universal de la infamia.

Hombres únicos que han absorbido la necesidad de la pasión. Cuya comprensión de la vida abunda en el arrojo y las capacidades exorbitantes del odio. El argumento singular alimenta el ejercicio de estas escrituras, historias de imposibles personalidades grandiosas.
A mayor humanidad, mayor asco, más cruento error, pura infamia.

¿Qué es el ánimo pasional? ¿Cuáles son los caminos de la furia y la venganza?

Los relatos se cierran una vez que toda la energía personal de sus protagonistas ha sido derramada. Historias de una vida, cuyo riesgo es necesariamente un apresuramiento de la muerte. El que a hierro mata come balas el día de su muerte.

El odio destruye al odio. La infamia persigue a la infamia.

Borges, el delicado insecto del observatorio, quien pese a su paciencia en vida, fue siempre un honesto admirador de las conflagraciones del mundo real, hirviente desde su infinito exterior. El hombre es su equivocación, su desgracia, su perentoriedad, su asco- El mutilado, el tullido, el Señor de los Límites, el comedor de fragmentos y basuras. El hombre, cuyas pasiones son abismos, lejano reflejo del orden esférico de una divinidad irreductible a proposiciones conceptuales terrenas, finitud que habita por tangencialidad a la infinitud, cuyas tentativas de lucidez se pierden bajo el ruido inexorable de las eras y las discusiones obsoletas, es, él mismo, por su aspiración siempre fallida, por sus bocanadas, pulmones, puñaladas y polvo, la infamia.

Historia universal de la infamia se inscribe en el pulso de lo cotidiano, como que un puñado de anécdotas contienen las persecuciones y violencias universales, los nombres del mundo. La bestia sigue siendo la bestia a pesar de los disfraces y la acumulación irracional del tiempo, cuya explicación desaparece.
Otra vez, soy el equívoco bufón que danza en el gozo de su ignorancia, deseando lamer los pechos de la Odalisca de curvas ascendentes y descendentes, el ardor del deseo que me corona y me expresa como una bola de fuego rebotando en las aristas inverosímiles.
Soy el bufón lamiendo el suelo y devorando un fruto de ceniza.

Borges, el reptil transocéanico de la precisión que se muestra como un reloj parado de puntillas en el ápice venturoso de su lengua no sólo púrpura y no sólo invisible.

domingo, 3 de abril de 2011

La melódica

Un poco de encanto aquí y allá. Tiene razón el muchacho cuando dice que qué pedo. ¿Por qué no nos ayudan a pintar? Mucho juicio y pocas nueces. Todo sirve, también la estupidez. Deberíamos fomentarla profesionalmente, con menos esa boca llena con una papa.

Un saludo, bola de tarados. Yo me adscribo a sus costumbres de la vanidad y el vacío.
ME ENCANTA ESTAR A LA MODA.

martes, 8 de marzo de 2011

El Teletón

Me regalas las moscas que te sobren, ¿vale?

¿Te cae?

Te paraliza. La Máquina me ha vuelto una sombra borrosa, y eso sí lo he aprendido a repetir. ¿A quién salvamos? A los gatos arriba del árbol, en la imaginación. Heroicamente el mundo cambia, y protagonizamos nuestro teatro de las resistencias. Salte por acá, te vaya a mirar la policía. Pero el poder se burla de estas cosas. O duerme tranquilo con las vistas en los negocios. Eso existe: Los negocios, no los elefantes. Los elefantes acarrean negocios o no son. ¿Partimos hacia la isla del hedonismo, un poco tirados sobre la espalda? Abandonamos la tarea de pensar. Nos uniformamos. Te paraliza, el Nobel, dice Camilo José Cela, pero una semana, nada que un gigante como yo no pueda vencer con más pluma. Pluma y pluma y vendemos los ejemplares. Todo está jugando en el carrousel del mercado. No hay más. O empezamos a pensar en ello o nos comemos nuestro pastel de autoengaños complacientes: enarbolo la bandera de mi propia ficción, en la que soy un héroe, y me sacrificaría por ti ahora que estoy en esto de los actos grandiosos, ya sabes, la tradición de partirse el lomo por lo demás, pero no te preocupes, esto es así, no te preocupes, lleva el amor más allá de mí, el poeta eres tú. Mi vulgaridad no llega a tanto. Yo guácala en la realidad. Aún así, tiramos. El elemental se vuelve a dormir y dice: Mañana nos decapitarán, hoy quisiera dormir, no te preocupes más, como en "El Triciclo", de Fernando Arrabal. Odiamos profundamente, y aseguramos una pierna el día de Nuestro Pavo. ¿La vamos a rifar?

Híbrido, experimental, lúdico, dice Lauro Zavala en todas partes. ¿Pero a quién le alcanzan los poemas en prosa?

"Es un asunto muy personal..."