lunes, 17 de agosto de 2009

No deposites: expande, unta, embarra

Sus manos de iguana
no parecían dinosaurios
sino aguas verdes anudadas
como lodos juveniles.

Porque la lengua sin vida no es nunca lenguaje (plasma, útero tibio, orina, sal, úlcera, beso cálido), sino torpe desparpajo nacido viejo —como que basta mirarlo para exclamar: nunca correrá, ni hará guanábanas, triste músculo de polvo.

Vida sin vida es torpe desparpajo nacido viejo, aglomeración desastrosa que en todos sus tumores traiciona a la belleza y en sus piernas retorcidas, a la velocidad de la danza.

Y ya. Entender el problema es comenzar a vivir, desatar la molécula del agua que yace adentro nuestro sólo esperando el primer temblor, la primera tibieza (asumidos mordisco) que enciendan toda su fuerza de tempestad.

La escritura sólo resulta importancia cuando es expresión..., sonora como orquídeas en el silencio o una orquesta adentro de un tazón; su obsesión no merece interrumpir la inquietante necesidad de vivir intensamente —agua, miel en los pezones..., groserías casi ave de vuelo tan alto, caminatas ridículas... canción.

El pensamiento, la reflexión y la búsqueda deben ser aspectos de un ser más amplio que ellos, sumamente genial, luminoso, hablando para gemir y gimiendo por el gemido, por la música mamífera de los dioses condenados a toda su piel, a salivar con fiebre.
Vivir es también pensar. Sólo también.

El "yo" intelectual que estudia para esclarecer, es un "yo" que, por el derecho que propone necesariamente la solidaridad, pertenece a todos. Sus palabras deben enriquecer, iluminando, desbrozando, vinculando (siempre hacia la explicación, la profundidad y, entonces, el cambio), el orbe del ser humano como totalidad extendida por encima de límites temporales (el ahora) y espaciales (nación, jerarquía social y demás cúmulos estupidizantes). Es el "yo" de los libros de Monsiváis y Ramón Xirau.

Por otro lado, el "yo" íntimo es también de un petróleo y alcances importantísimos. Su ámbito es donde el ser ensaya sus estallidos, su capacidad de derramarse sin terminar en estanque y de morir evaporado, fugándose en borbolettas interminables hacia otras posiciones en las piedras y las ramas que constituyen las nervaduras, esqueleto, del cosmos.
Este ser es donde brotan las castañuelas inagotables y los peces melódicos del lirismo; es la fuerza del bailador, del guitarrista y de quien sube montañas para asumir, por contraste, las minúsculas inmensidades ( de alguna manera se necesita conservar la armonía ), de su espíritu.
Íntimo, encriptado por un compás intransferible, este ser también pertenece a todos, en tanto que cada haombre nace con el mismo número de plumas, maracas y células elípticas (las de los glóbulos rojos, a decir de Saint John Perse). Puesto que los cerebros comparten estructura y materia, la emoción de cada cual, aunque expandiendo su humo químico en pulmones específicos, no es diferente de la de cualquier otro amigo de la especie; y así, el gozo de hundir los dedos en un saco de semillas es exactamente igual al de dirigir, con apasionamiento hasta el sudor, y descoyunturas y sacudidas adolescentes, la 5a de Mahler en un auditorio de estatura. Es el "yo" de los libros de Kerouac, Lispector, Gómez Jattin y Elena Garro.

Ningún lirismo excluye al pensamiento. Ningún ser reflexivo deja de ser, por un solo instante, un hongo completamente vaginal.

Circo de amplitudes.

Manos por la libélula.

Saltando

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