lunes, 5 de agosto de 2013

El caballero a lápiz

Es fácil idiotizarse con la idea de que se es un santo, un genio, un creador, un artista o, incluso, un ermitaño de humildad agitando un cetro de semillas de calabaza y saliva ya encanecida. Lo más sencillo. Lo difícil es ignorarse mientras se pare, no sin sonoridad. Lo difícil es denostar denostándose, reprender con furia sagrada y desde un bien delicado silencio. Cuerito en la sotana. Risa inventiva como un pene. Y perpetuo abandono de cuanto se hace; disolutos, gritones, contradictorios y musgosos. Del regocijo de escribir nacen monstruos. Hay que odiar magníficamente la estupidez, empezando por la propia. Un dinamitar constante y bien hervido. Mala vida hecha ritmo por gracia de la argolla sibilante: vaginas artesanales para reproducción industrial, desenfadada. Sólo quería pasear, no voy a ningún lado. Ya cuélguenme. La palabra abraza nuevas sílabas para encontrarse con su acento: pura travesura infantil. Nada de seriedad cerril, de castiza preocupación expansiva: solamente abandono con varios chistes que hablen de pechos y manchas de aceite, de hules salvadores por su fealdad sin temores. ¿Seducir? Ya sería decir mucho, pero dios así lo quiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario