lunes, 8 de noviembre de 2010

No entiendo nada

Y sin embargo sigue siendo una delicia esta estrategia de la elegancia y la distribución. Quizás lo único elástico de nuestro mundo es la escritura. La manera más barata de invocar al hipopótamo sin problemas de derechos, pagos, traslados, amaestramientos, decoraciones, rodajes, etcétera. El cine es el magnífico exceso en que incurre la literatura, una vez inmiscuida la feria de los dólares en el proceso de contacto entre el hombre y su imaginación. El cine es un magnífico arte vinculatorio. Como en esa escena de "Fando y Lis" (1968), de Alejandro Jodorowsky, en que aparecen hombres y mujeres cubiertos de barro en una agonía permanente que confunde a Lis y la perturba. ¡Qué entretenimiento convocar a tantas presencias a sacudirse en frente de la cámara! La difícil obligación de convivir con los otros y dirigirlos en un ambicioso apetito que desea lo corpóreo, lo tembloroso, lo físico, lo carnal en movimiento para que la estética exhiba sus capacidades de detonador enemigo de la utilidad, el ahorro, el cálculo parco y la evidencia utilitaria. El cine es obsoleto. Hasta que se vuelve lucrativo, recaudador, millonario, con lo que, de paso, deja de ser cine.
Pero la literatura estuvo antes montada en el hipogrifo con la cabeza hueca no por pereza sino por captación de las ondas y resonancias infinitas del mundo. Hace falta tan sólo quedarse en silencio para iluminarse,sin disciplina. Quizás la luz aún habita el mundo, y quien tiene ojos para ver, que baile.
Hallemos nuestro lugar en el planeta.
¿Cómo?
Muy sencillo: ¿Me da permiso, señora? Traigo el taladro magnífico que habrá de destruir, finalmente, los cimientos, entre otras violaciones al equilibrio y la elegancia, de la perdurable Iglesia Católica. ¿No sabe dónde hay un contacto? ¿Corriente?
¿Dónde hay corriente?

Quizás es indispensable intentar vivir en el impulso, el desliz, la carcajada y la sinrazón. En el propósito más volátil de la improvisación intuitiva que elige la última nariz del demonio de Joan Miró en el último momento del arrebato espiritual. ¿O a qué pasarse meses y años con una nariz, mientras la marmota sigue girando, el tlacoache escapa temeroso y las flores van y vienen en una feria de vida y muerte que sigue siendo inexplicable y magnífica con su explotar de bulbos y membranas? Quizás sea indispensable reincidir en la matemática lujuriosa del equívoco y la confusión, sin conclusiones evidentes o con el tapete un tanto movido a la izquierda, de manera que el David no vuelva a tener el tronco sobre las piernas, sino quizás repose su solemne y egregio mármol sobre un carrito de Hot dogs (con mayúscula) de la Alameda Central, en su inverosímil precio de 3x15, como que ya no es posible toda esa elegante genialidad cultivada por Miguel Ángel.
Felizmente posmodernos. El teponaxtle en la cabeza de Jehová, pensando cómo finalmente inventar la música. Entrecruzamientos. La baratija de la literatura vuelve a relucir en esto. La lujuriosa matemática del equívoco que no arroja ningún resultado ni se vuelve útil, ni siquiera, para tomar con precisión una fotografía, o cantar una idealidad ya extinta y exhibiéndose en miles de aparadores vacíos pero muy bien adornados, a los que todavía llamamos versos: "Tu cuerpo más blanco que la blancura... Otra vez el viento nos aclama... Nada es como antes... Oh magnífico silencio que expresas todo lo que ignoro... Tu cuerpo es como el
primer
día del mundo...", y sus etcéteras. Con todo y que el ái-no-mames vive y se conserva para contarla, ¿o no ves que en tu colonia, además de las hélades y los riscos áureos, las cornucopias y las arpas eólicas, existen las coladeras, los mendigos, los ancianos que todavía tienen que trabajar, la mugre de las uñas por decir lo menos?
Que el David, de Miguel Ángel, se fume un carrujo. Con la matemática de la lujuria compondremos, ingenieros sublimes, un automóvil que nos lleve a las lagunas de Chacahua. Pero pediremos dinero prestado para pagar el autobus, mientras al lado del mismo y con una correa corre nuestro invento desesperado y luminoso.
No haremos nada y el resultado será detonante. Inlocalizable.

No dominamos una pinche madre.
Queremos el orden, pero el Señor Empresarial se ríe de nosotros. Le pediremos trabajo y nos lo ofrecerá, oblicuamente convencido de que la inteligencia en algo beneficia los números de su compañía. La modesta inteligencia de la baratija de la literatura. La modesta inteligencia con el hipogrifo envuelto en llamas.

Al final, un caracol, una flauta grave, un beso real. Toda la serie de increíbles cuerpos derretidos de tan hermosos cuya presencia es escasa o nulamente rentable.

Me voy poniendo la corbata.

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